Nuestros intrépidos piratas no temen a los tiburones ni a las fuertes tormentas, tifones ni ciclones. Su peor obstáculo son las puertas: las de entrada no se abren, las de salida desaparecen por arte de magia o por decoración camuflada, y las de emergencia, o más bien, de urgencia se cambian por la de la lavandería...
Dejando el tema de las puertas cerrado, nunca mejor dicho, vamos a continuar con las aventuras del Pirata Perico.
-¿Nos echamos la crema ya? -pregunta Perico en el camarote, antes de bajar a la piscina.
-No, mejor nos la echamos ya abajo -contesta la Mameja mientras mete las toallas en el bolso.
Bajan al hall del Occidental y señalando unos sillones de tela que rebosan lujo y elegancia, el Pirata Perico dice:
-Nos sentamos ahí y nos echamos la crema.
-¡Pero qué dices! -exclama la Mameja- habiendo ciento y pico tumbonas en la piscina...
Un rato después, el Pirata Perico quiere hacer una incursión por la playa cercana pero la Mameja le dice que vaya solo, que ella le espera en la piscina. Perico sale del Occidental abriendo la puerta que comunica con la playa y unos metros atrás le sigue la Mameja como si de una agente secreto se tratase.
Cuando llega a la playa la Mameja observa como el Pirata ha dejado en la orilla sus gafas, su gorra y la tarjeta del camarote. Perico está dentro del agua y mira de reojo a una muchacha que está con las lolas al aire, mira tan de reojo que se le da la vuelta la cabeza como la niña del exorcista.
La Mameja sonríe y piensa que por eso Perico lleva gafas, de forzar tanto la vista. A continuación, se agacha y recoge la tarjeta del camarote, se aleja unos metros y se medio esconde entre los bañistas. El Pirata Perico sale del agua instantes después, se agacha, coge las gafas y se pone la gorra, entonces cae en que no ha cogido la tarjeta, mira donde cree que la dejó, se agacha al no verla y se pone a buscarla dando vueltas como olisquean los perritos cuando van a defecar.
A la Mameja le da penilla y se acerca riendo a carcajadas mientras le da una patadita en el trasero.
- ¡Espabilao! -le dice sin parar de reír.
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