Ni los malos son tan malos.
Tendemos a subir a los altares a alguien con la misma velocidad que le bajamos a los infiernos.
No todo tiene que ser blanco nuclear o negro como el carbón, hay infinidad de colores en la escala cromática. En este país, la prensa sobre todo, construye ídolos de barro que a la mínima convierte en puro fango. El último ejemplo lo tenemos en el otrora héroe Jesús
Neyra, que
defendió a una mujer que estaba siendo agredida, al menos verbalmente, por su pareja. Ahora, después de dar positivo en un control de alcoholemia, el profesor
Neyra es tachado poco menos de peligro público y se sacan trapos sucios de su
aparentemente intachable currículum.
Yo defiendo el término medio, ni siempre blanco ni siempre negro. Ni antes era un
superhéroe y un santo varón sin vicios ni defectos, ni ahora es un villano y un ser indeseable. En su momento tuvo un
comportamiento valiente ante un hecho condenable, y ahora ha cometido un tremendo error con un hecho irresponsable. No hay más.
Por eso entre ser el bueno o el malo, prefiero ser el feo (aunque si fuera
Clint Eastwood el bueno, dudaría). Por lo menos seré el feo de forma objetiva y seguramente permanente, sin embargo si soy el bueno o viceversa sería de forma subjetiva y en cualquier momento podría pasar a ser el malo o viceversa.

Palabra de pirata.