Llevo ocho años ejerciendo de maestro y apenas seis meses de funcionario docente en prácticas. En muchas ocasiones, me he sentido un Quijote enfrentado a molinos de viento pero siempre llevado en volandas por toneladas de ilusión y ganas de seguir adelante. Ahora, mis aventuras y desventuras me han traído a este curso dónde hago parada y fonda, pronto seré ordenado maestro y espero llenar mis alforjas de nuevos aprendizajes, retos y sueños.
Me enfrentaba a este curso con ganas de acabarlo antes de empezarlo, no nos engañemos. A priori, suponía un esfuerzo extra después de la jornada de trabajo y además tenía un aroma a trámite importante. Ahora que estamos finalizando, me siento satisfecho por haber aprovechado todas las sesiones hasta el último suspiro venciendo al cansancio laboral, y me siento sorprendido por descubrir que el trámite ha sido más provechoso de lo esperado.
Las dos primeras sesiones con las que iniciábamos el curso fueron amenizadas por el caballero Don Adolfo. Nos inculco el sentimiento de ser funcionarios públicos de la Comunidad de Madrid con todos los parabienes que en sí, conlleva este cargo. Porque somos los mejores decía con fina guasa. Nuestros deberes y nuestros derechos fueron el timón de su ponencia de la que me quedo con un propósito importante, que es el de no convertirnos en meros funcionarios burócratas pues somos docentes, funcionarios docentes como diría James Bond.
Cruzamos el ecuador del curso de la mano del navegante Don Gregorio que guía la nave de un centro en Getafe. Nos habló del día a día en un centro y todas las decisiones que se toman en su organización y funcionamiento, desde los órganos de gobierno y los órganos de coordinación hasta la acción tutorial como una de las funciones docentes. Un triunvirato formado por participación, autonomía y evaluación regulan el buen funcionamiento de cada centro escolar. Mis vivencias y tribulaciones en más de una docena de centros me hacían entender mejor esta ponencia y al mismo tiempo, traían a mi memoria viejos compañer@s de patio y pizarra.
Don Santiago nos puso sobre la mesa los derechos y deberes de nuestros alumn@s. Además dibujó el mapa de todas las relaciones que se establecen en la convivencia escolar. Una olla a presión donde vamos a desempeñar nuestra labor docente: profesores con profesores, alumnos con alumnos, padres con padres, profesores con alumnos, profesores con padres, padres con alumnos,… un tremendo galimatías donde tenemos que demostrar que somos auténticos profesionales de la educación, y si no trabajamos en lo que amamos, si amar lo que hacemos. El objetivo principal de su ponencia era hacernos ver que somos la piedra angular del sistema educativo, que tenemos que ser unos verdaderos profesionales y lo más importante, creérnoslo. Estoy de acuerdo con él, en que si actuamos como profesionales nadie podrá poner en duda nuestro trabajo, y si alguien lo hace en alguna ocasión pocos visos de credibilidad tendría.
La lectura de Carta abierta a un profesor novel del Catedrático Santos Guerra, nos imbuía de orgullo y motivación. Sus párrafos junto al discurso del ponente Don Santiago, nos arrancó del tedio y del cansancio a los Quijotes que acudimos al curso. Salimos ese día con ganas de seguir adelante y no caer en el grupo de los descontentos, de los cínicos, de quienes sabotean cualquier iniciativa de innovación, como dice un párrafo de la citada carta.
Pese al cansancio acumulado, el dinamizador Don Carmelo consiguió desde el arranque de su ponencia atraer nuestra atención. En su primera práctica de dinámica de grupos, consiguió que entre todos resumiéramos o subrayáramos las ideas más importantes de las sesiones anteriores del curso. Nos recordó que el trabajo en equipo es fundamental para el buen funcionamiento del centro escolar y de toda la práctica educativa. Para educar a un indio se necesita a toda la tribu nos decía estableciendo un paralelismo con la comunidad educativa. Nos subrayó la importancia de conocer los entresijos de nuestro grupo-clase para llegar del aprendizaje global al individual. Me quedo también con la idea de que toda decisión o acción que realizamos en el colegio supone un acto educativo. Un buen maestro no puede bajar la guardia en ningún momento. Y no vale lo que leí una vez en un cómics. Un niño le decía a otro que había enseñado a su perro a silbar. Sorprendido, se colocaba delante del perro esperando escuchar un silbido pero después de un buen rato de espera, el perro lo más que hacía era darle un lengüetazo en la oreja. Finalmente, el niño le decía al otro que su perro no silbaba a lo que contestaba el niño: yo te dije que le enseñé a silbar, otra cosa es que él no lo haya aprendido.
Escribo estas líneas sin haber disfrutado de la última ponencia de Doña Soledad, seguro que también interesante y enriquecedora. La atención a la diversidad es un elemento básico en nuestro sistema educativo y pilar importante de nuestra labor docente. La diversidad de intereses, motivaciones, necesidades, capacidades de nuestros alumn@s tiene que ser una variable que nos enriquezca y nos convierta en maestros innovadores e investigadores.
Decía al principio de mi relato que me he sentido un Quijote en muchas ocasiones enfrentándome a molinos de viento. No son pocas las dificultades y obstáculos que nos encontramos en nuestra labor docente, muchas las ocasiones donde tenemos que ganarnos nuestra autoridad frente a padres y alumnos, que ahora una ley nos va a otorgar por escrito. Horas y horas de patios y pistas deportivas pasando frío o calor según la estación que nos toque. Pero todo compensa.
Parafraseando a Don Santiago, nuestro oficio es de los más duros pero también de los más agradecidos. ¿O hay algo más grande que la sonrisa de un niño, una mirada agradecida o una palabra de cariño?
Por todo eso quiero ser también un Sancho entre Quijotes. Quiero seguir disfrutando con lo que hago y sentir la alegría de enseñar que escribió el pedagogo brasileño Rubem Alves:
Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra. Así, el profesor no muere nunca…